viernes, 14 de junio de 2019

Remís de Lomas


Un texto que nació cuando Uber no existía y su raíz viene de mucho más atrás: noches de boliche yendo o volviendo en autos que el tren fantasma admiraría, algunas escapadas al fondo por si las dudas y amigos que te pasan el código para tocar de un cumpleaños fueron su inspiración. No te asustes con esto: nada es peor que la realidad. Que pase cambio el que maneja que la noche es larga en el corazón de sur podrido del conurbano. 

POR FEDE CAVALLI

Snif, Snif, Snif. Que noche Teté, vamos que arranca el jueves. Ahhh, que delicia, que amarguita que está. Va a ser una noche movida, esperemos que haya viajes, que mi primo me habilite el descanso de las 3:32 y todo el año es carnaval. Snif, ya estoy. Las calles de Lomas tienen ese no sé qué, me ponen pistero, me sacan el Toretto.

Nada es lo que parece en esta ciudad, y en las de alrededor tampoco. De día podes moverte con claridad, tranquilo se podría decir. Pero de noche es veneno, es la peste en forma de asfalto. La maldad toma las calles y  ya nada es como cuando hay luz.

En esas noches que nadie quiere perderse, yo me meto con el auto y me divierto. Le mando saludos a los miedos y los dejo en casa. Cuando vuelvo están ahí, pero ya no quiero lola. Mi acompañante momentáneo es un amigo, un camarada, mientras está en el baile. Las idas son lindas, las vueltas no tanto.

Me gusta pasar por donde nadie quiere hacerlo. Snif, Snif, que no se me acabe la nafta por favor. A veces los jodo a los pasajeros y los llevo a pasear por las villas cercanas. Sapito, Ilaza, Talleres, Santa Marta y alguna más. Ahí me conocen todos. De tanto ir a pegar, ¿vio? Hoy por suerte me vine armado, así no tengo que esperar un viaje que me deje cerca.

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Falta una hora para que me habiliten el descanso. Mi primo maneja el personal. Es un tipo serio, no anda en giladas. Por eso le va bien a la remisería, y a él también. Nadie me dijo como eran las cosas cuando era chico. A él sí. La familia lo protegió, lo encaminó y hasta le dio la plata para el negocio. Yo, en cambio, mango que gano, mango que quemo. Vivo con mi gato en una casilla. Tengo una remera y dos bermudas, ese es todo mi ahorro.

El remís me salva de no jugar a la ruleta rusa con el cargador lleno. Las mañana son terribles, nada tiene sentido. Creo que el único momento en que estoy pleno es de noche, arriba del 19, corriendo como loco por llevar a un pasajero, por volver por otro. Pará, que tengo que mear y paso por el Gallardón. Un placer mear esta cancha. Es el momento más celeste de la oscura noche.

Los pibes me gastan, un gasolero en Lomas todas las noches, meando las paredes de la cancha. Un día me vino a buscar un barra a la remisería. Estaba re puesto. Decía que le habían contado lo que hacía, que me iba  matar. Terminamos tomando una birra en Pavon. Me contó que en realidad es de Lamadrid, que vive en Lomas por la novia y trabaja de barra. No le pude decir nada, no sé si yo no soy peor.

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Por fin llegó el descanso. Me tiro un rato y vuelvo en media hora Mario. Siempre es lindo estar en el colchón que tenemos atrás en la remisería, mirando el techo, con las manos en la nuca. A veces duermo, a veces no puedo. Otras viene la mujer de Pipo a atender el teléfono y me tira la goma. Una fiera. Ojo, que yo no quería hacerlo, pero pasó y bueno, ¿para que la trae Pipo? Las mujeres que atienden el teléfono pasan mucho tiempo entre tipos, yo no llamaría a mi mujer (si la tuviera). La mina a veces se presta para algún rapidín. Hasta el pete voy, lo otro es para quilombo.

No es la primera vez que pasa. La mujer del dueño de la remisería de la avenida anduvo mucho tiempo con un remisero y se había volteado a otros tantos. El marido la dejaba en el local, le daba un beso y se subía al auto. Al toque se iba para atrás y dale que dale. Una vez fui a tomar un remo y le estaba dando el hermano del dueño. ¡Ni los parientes la perdonaban! Las maravillas que cuentan de esa mina no tienen nombre. Escuché los mejores adjetivos de ese orto. Nunca le pude entrar, y eso que iba seguido. Será que le gustan los que trabajan ahí, quizás.

La mujer de Pipo es más tranqui. El tano casi ni la coje y llega en llamas al laburo. A veces está como loca y no me la puedo despegar. Pero otros descansos estoy tan colocado que la herramienta no arranca. Por una semana ni me mira la mina. Snif, Snif, Snif, y bue, que le voy a hacer. Antes que nada soy alcohólico y drogadicto. Se me pasó la hora, tengo que volver al remo.

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Los pendejos de las cinco y pico son los peores. Llegan casi volteados al auto. Por suerte, nunca tuve que bajar a uno. Lo más grave que me pasó fue la vez que me agarré a las piñas enfrente del puente de Escalada. Llevaba a unos pibitos, nos corrió otro auto, pintó un bondi terrible. Tuve que bajar y aguantar los trapos con los guachos. Uno corrió para el paty, otro se metió por abajo del puente (sabrá dios como terminó ese guacho), pero el tercero la pasó mal. Lo arruiné, así como arruiné la remera blanca. La sangre no sale fácil.

Esa noche dormí en cana, la gorra me robó hasta los cordones. Ni hablar del auto, lo encontré enfrente del puente, cuando me soltaron. Las cuatro puertas, el baúl y el capot abierto. Le faltaba casi todo. Hasta la butaca del acompañante. Cuando estaba por rebanarme la gallina, aparecieron los pibes que banqué. Me dieron alta mano para reponer el 19. A la gente solo la ayuda la gente, dicen.

Al final me hice amigo de los guachos. Zafaron de la gorra por un tío que no sé qué rango tiene dentro de la gendarmería. A veces les pido algún repuesto, conocen todos los desarmaderos de la zona. Los tanitos son divinos. La causa la tengo, eso si. 

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Snif. Que mierdita que queda a esta hora. Solo queda una partícula, la voy a guardar. Falta poco para terminar, hice buena guita, no me puedo quejar. Lo único que quisiera es un día levantarme una minita. Hace años que llevo chicas y nunca nada. Ni les hablo. Debe ser que bloqueo, o que a esta hora ya estoy re duro. Pero nunca pude avanzar.

Quizás mejor, ¿quién quiere avanzar a un remisero? Aparte estoy grande, soy un desastre, lo sé. Pero vio, alguna vez me gustaría una sonrisa, un mensaje que diga “pasame a buscar y vamos”. Pa no dormir solo ¿vio?, la soledad es fría. Casi como la bolsa vacía, o la persiana baja.

Ya va a amanecer, no va a ser un día nublado. Parece que el sol reinará. Sniffff, adiós partícula, dejame llegar a casa. Tengo que cambiar las sabanas, tirar la yerba, comer el primavera que guardé. Dejame llegar que ahí me quiero quedar, no sé qué pasará la siguiente noche. Quisiera otra cosa para mí, pero entiendo todo. A veces el final es donde partís, y yo no hago mucho para estacionar el remís en otro lado.