sábado, 28 de mayo de 2016

Fiebre de La Salada por la noche

Pasar una noche de sábado en la feria de Lomas de Zamora “La Salada”, puede ser un plan emblema del Conurbano Bonaerense. Empujones, descuentos, estafas y el cielo de llegar a fin de mes con unos pocos pesos, retratan una salida más movida que cualquier tour bolichero.

POR GABRIEL DAVILA

 A pocas cuadras, pero muy lejos, la noche de sábado de  Las lomitas no sabe nada de lo que pasa en Fonrouge y Alsina. O se hace la gila. En esa esquina lomense, cerca de la medianoche,  una  cuadra de cola espera la combi que te lleva a la feria La Salada.

 El frio pega fuerte y hay que hacerle frente. Las manos en los bolsillos y los gorros de lana acompañan la espera.  Algunos se animan al equipo de mate. Se habla poco para que el fresco  no entre por la boca. La noche es pura calma y nada matiza la espera.

 No soy amigo de las  muchedumbres. Y ese debe ser uno de los lugares donde menos me gustaría estar en el mundo.  Pero la diferencia de precios y principalmente  que mi novia  no vaya sola, me hace  estar esperando algún micro con la promesa de dos lugares libres (lugares que finalmente no van a aparecer).

 Por  cincuenta pesos los vehículos te dejan en la puerta, en algo más de media hora de viaje sin escalas. El olor a carne asada nos  da la bienvenida a la feria más grande de Latinoamérica, donde gente  de todo el país  viene a ganarle en  centro del ring a la crisis.

 La óptica  de los grandes medios, auspiciada siempre desde la Cámara de Comercio, la  muestra  como el reino de lo ilegal y el delito. Sin embargo,  hay mucho más detrás de ese universo con 8.000 puesteros, dos pisos, escalera mecánica, aproximadamente 500 micros por semana y puestos cotizados en dólares.    

 Sería un reduccionismo peligroso decir que entrar a La Salada es entrar a otro mundo, porque no es otra cosa que  defensa alta y cross a la mandíbula del mundo que está antes de las combis.  Pero lo que es cierto es que el tiempo ahí trascurre distinto.

 La feria está siempre viva.  Ahí no hay noche ni día. Invierno o verano. Fin de mes o principio. Los puestos van desde comida hasta farmacia, pasando por todo tipo de ropa.  La marea de gente te empuja de una manera constante. Nunca más, hasta salir de ahí, vas a volver a hacer pie.

 Es un gran monstruo que se mueve al unísono. Que respira y se expande. Todos caminan relajados pero atentos, como tomando marcas en un córner a lo que pasa alrededor.  Las opciones son muchas y varían no sólo en precio sino en calidad y forma.

 A horas de la madrugada sólo está abierta la feria “Punta Mogotes”, la más grande del complejo y la única techada.  La misma consta  de dos pisos.

 El piso superior tiene calzado y es el que primero se queda sin mercadería así que apenas llegamos había que dirigirse ahí.  Y el piso inferior tiene todo tipo de ropa y comida. Ambos pisos están comunicados por una escalera mecánica que remite a cualquier shopping.

De fondo se escucha una radio propia,  que luego de un par de cumbias hace una editorial sobre María Cash, la chica desaparecida, primero físicamente y luego de los medios dominantes. Además de su programación, la radio de La Salada  tiene  una bolsa de trabajo, donde se buscan reparadores de pc e instaladores de aire acondicionado.  

Afuera la noche sigue avanzando, adentro es  un  híbrido de horario. En ese limbo cultural, se mezcla el olor a café con el de la comida frita. Las bolsas ya no alcanzan y algunos (en su mayoría comerciantes) se llevan carros enteros de mercadería.

“¿Dónde está la bola, donde está la bola?”, grita un timador que monta un show del engaño y la estafa, con aplaudidores propios que aparecen de la nada. Un truco tan viejo como las justificaciones de los ajustes busca  foráneos distraídos para sacarle unos pesos.
Si bien los puestos son parecidos, los feriantes tratan de destacarse para llamar la atención del cliente con adornos, música fuerte y hasta bola de luces dignas de cualquier boliche.

Según el periodista económico  Alfredo Zaiat,  en un informe  presentado en  Página/12 llamado “La formación del precio de la ropa”, el costo de producir ropa equivale sólo 15 % de su precio. Por lo cual los fabricantes de la feria (que son prácticamente todos) manejan  un costo mucho menor que otros tipos de comerciantes, lo que lleva a hacer mucho más barato el producto final.
A pesar que los precios son claramente bajos, el regateo es tan constante como los empujones.   Y a medida que  pasan las horas se intensifican (los empujones y los descuentos).

Hora de pegar la vuelta

 Cerca de las 4 de la mañana decidimos pegar la vuelta. Las piernas entumecidas como después de tres pogos completos de un recital del Indio (con varios Jijiji incluidos) dan la pauta que el fútbol del domingo al mediodía me va a cobrar factura por la aventura del capitalismo de descuento.

 “Dale que faltan tres vueltas más”, arenga el chofer que promete devolvernos al centro.  Por un pequeño hueco de la ventana entra un hilo de frió
muy profundo.  Es como si fuera un rayo helado que te obliga a correr la mano. La velocidad que toma la combi, más el pequeño diámetro por el que entra el aire del mayo neoliberal, hace que duela bastante. Me tapo con una bolsa que tiene quince pares de medias que me costaron 120 pesos. Una ganga ante el frío de estos tiempos.


lunes, 16 de mayo de 2016

La Palito.

Crónica de la historia y realidad actual de Villa Palito. Un barrio que ha visto una completa transformación en  poco más de una década. Sus vecinos, que antes no podían acceder  a una vivienda ni a servicios como luz y agua potable, hoy afortunadamente tienen ese acceso, pero ven en riesgo la permanencia en sus hogares por la imposibilidad de pagar los servicios luego del aumento de este año. Además, el gobierno provincial anunció que se empezará a cobrar mensualmente por las obras que se han realizado en las gestiones anteriores. Algunos ya empezaron a considerar vender sus casas.

POR NATALIA HERRERA

Un nuevo barrio desde viejos ojos
            Como todas las mañanas, Antonia baja de su pieza, pone la pava y lee el diario mientras espera que esté listo el mate. Desayuna junto a su esposo en el comedor hasta la hora de trabajar. Su rutina no varia mucho según el clima, cuando hacer calor prende el aire acondicionado o el ventilador, cuando llueve se queda en casa trabajando. Pero los días de su familia no siempre fueron así  aunque vivieron más de 4 décadas en el mismo lugar, Villa Palito. Son unos de los vecinos que más años llevan en el barrio y hoy disfrutan de un día que muchos considerarían normal gracias a los cambios que se dieron.
            “Nosotros nos mudamos en el año 71”, cuenta Antonia, pocos años después de la formación del barrio durante la presidencia de Frondizi. Una época en la que todavía no habían muchas casas construidas. En principio, había unas pequeñas casitas cuadradas con techos redondos, todas iguales, parte de un plan de viviendas que nunca se llegó a realizar. La gente se empezó a mudar ahí y construir sus humildes casas de chapas y ladrillos. Primero estaban las casas de lo que era Barrio Almafuerte, pero con esa construcción a los alrededores, quedó todo incorporado en un mismo lugar bajo el nombre de Villa Palito
Los primeros vecinos venían mayormente del interior; chaqueños, correntinos, salteños, etc. Venían de otras provincias del país y conocían el lugar a través de algún pariente o conocido en Buenos Aires. “Mi mama venia por acá a vender sus productos, la traía un primo mío. Fue por medio de ella que yo conocí este barrio”, recuerda Antonia quien antes vivía en Villa Martelli. Vicente López. “Cuando vinimos, fuimos a vivir en el fondo del barrio. No teníamos luz. Pasamos muchas cosas, no teníamos agua y teníamos que ir a buscar todos los días a la fábrica de motores o a la planta de gas. Sufría mucho la gente que vivía acá antes”.

Sobrevivir sin lo necesario.
La construcción que carecía de control gubernamental  significó que los vecinos vivieran una situación en la que no tenían acceso a servicios básicos esenciales, una experiencia que muchas personas nunca conocimos en nuestras vidas.
         Hoy, es difícil imaginar un día sin cargar el teléfono, vivir sin heladera, o no poder mirar la televisión cuando uno llega de trabajar, pero era así la vida en Palito por la falta de luz. Los hogares del sector más alejado a Camino de Cintura  usaban linternas o lámparas pequeñas para iluminar tanto adentro de sus casas como afuera. La electricidad llegó formalmente recién en los años 90. “Antes no se tenia luz si uno no se colgaba, mucha gente murió por querer enganchar los cables a los postes de luz que estaban sobre la ruta”, relata Antonia con un aire de tristeza. “Tenían que comprar metros de cables caros y llevarlos hasta la ruta para conectarse. El cielo era una telaraña. Después cambió todo eso.”  La instalación no fue rápida, fue recién en el 88 que se colocó el primer transformador de Alta Tensión cerca de Camino de Cintura, y se hizo la instalación de energía eléctrica, pero perduraron las conexiones clandestinas hasta que llegó hasta cada una de las casas. Hoy todas las casas tienen energía y abonan sus servicios.
Aunque el barrio cuenta con desagües y cañerías que permiten que llegue el agua potable a cada casa, ni una gota de agua llegaba directamente a  los hogares las primeras décadas del barrio. Con el tiempo se instaló un tanque de agua comunitario al cual se conectaban canillas que salían a las veredas, no a las casas. Era de allí que la gente sacaba su agua para cocinar, limpiar, y bañarse. Los vecinos, entre ellos la familia de Antonia, formaron una cooperativa del agua que pasaba a cobrar a las casas una pequeña cuota. El tanque de agua estaba al costado de la vieja escuela, detrás en un pasillo. “Antes de eso, la gente caminaba cuadras con sus baldes hasta la MAN (una fabrica de motores), y de ahí sacábamos el agua”, cuenta Gladys, hija mayor de la familia.
Además del problema de la obtención del agua, existía también el de los desagües y cloacas, inexistentes por muchos años. Por un largo tiempo, cada casa tenía su pozo, o los residuos y agua sucia salían directo a las zanjas. Lo que quedaba de la antigua casa de Antonia hasta hace 2 años no tenia la instalación de cloacas que tiene hoy. Es difícil imaginar hoy el barrio con zanjas llenas de agua negra, estas desaparecieron con los trabajos de cañerías y apertura de calles realizados por el Programa de Mejoramiento de Barrios (PROMEBA). En espacial, por la ampliación de Camino de Cintura donde una de las zanjas principales separaba al barrio de la ruta. Cuando llovía, el agua no tenia escapatoria y los vecinos tenían que transitar el barrio con barro hasta las rodillas.
         A principios del 2000 entraron los camiones de Telefónica y la gente pudo tener teléfono en sus casas por primera vez. Después de unos años volvió a dejar de entrar porque la gente que había solicitado el servicio no pagaba. Fueron menos de la mitad las personas que pagaron sus cuentas. Toda la gente que sí pago, son los que mantienen hasta hoy el teléfono. Lo mismo sucedió con las empresas de cable un par de años después.
         La falta de servicios no era solamente por la ausencia de regularización estatal que no permitía brindar los recursos necesarios a los vecinos, sino también por la discriminación hacia la gente de “la villa”. Además de eso, para muchas de las casas era casi imposible que llegaran estos servicios, porque todo el barrio estaba construido con poco espacio entre casas, lleno de pequeños pasillos entre manzanas que encerraban cada vez más los hogares.

El crecimiento y la lucha por avanzar
         El límite del barrio estaba marcado por un lado por el paredón de la fábrica jabonera en el predio de la antigua fábrica de motores, a  4 cuadras de Camino de Cintura. En el otro lado, por un alambrado de Gas del Estado que impida la entrada al pequeño bosque. Ese predio dejó de pertenecer a la empresa de gas cuando el Estado lo designó al territorio del barrio con el Plan Arraigo, pero el “bosquecito” siguió en las mismas condiciones. A pesar de eso, no impidió que familias  tomaran como asentamiento el lugar. La misma gente del barrio tomaba la tierra; algunos se instalaban allí y otros vendían terrenos a gente de afuera y rápidamente hicieron sus casas. “Hay un montón de personas que fueron y vendieron todas sus tierras para poder pagar y venir a vivir acá.”, cuenta Antonia sobre sus vecinos. El problema fue que esas tierras eran parte de un plan que otros vecinos estaban pagando para obtener los terrenos de forma legal. “La comisión del Plan Arraigo era engañosa, porque no había plata en el país. La gente depositó la plata en el banco, pero sus casas y terrenos nunca llegaron”.
         Durante las presidencias de Menem se empezó a formar la cooperativa barrial y la gente empezó a trabajar con la comisión. “Kirchner asume en el 2003, ahí fue que vino y tomo fuerza completa la cooperativa”, recuerda Antonia.  Una de las primeras edificaciones fue la del colegio, en las tierras que habían sido incorporadas al barrio. Después, poco a poco, se construyeron las casas en el mismo lugar. “Hubo mucha lucha para que se haga el barrio, Juan (Enríquez) y un grupo de gente que trabajaba con la cooperativa pidieron para que se hagan casas, porque solo iban a darle a la gente las tierras sin un plan de viviendas”. Pidieron que se dieran 100 casas a la gente en forma de plan de trabajo, pero el pedido fue rechazado en un principio. “Acá hay albañiles, hay plomeros, hay pintores, hay de todo para hacer las casas, y la intención era también que ellos pudieran trabajar cuando se formó la cooperativa.” Cuando hicieron en menos de seis meses esas casas, fue bien visto y ganaron un respeto al demostrar que era un proyecto que se podía hacer. Eso logró que se pudiera continuar en el resto del barrio.
         Lucharon más de 5 años para que se haga este trabajo tanto en materia de trabajo como la insistencia de reunirse entre vecinos y representantes de los respectivos gobiernos. Iban y venían a La Plata con un grupo para luchar y cuestionar lo que se estaba logrando. Lo primero que lograron fue ingresar  a la municipalidad 8 planos hechos por Sebastián Galeano. Lo único que modificaron del plano elaborado por el maestro mayor de obras fue la apertura de la calle principal porque para eso se necesitaba demoler parte del tinglado de la capilla, y para el barrio “la capilla es intocable.”
         “La lucha mayor fue por los planes de vivienda, porque se planteo que por más que se den las tierras para hacer las casas, la gente era muy pobre y no tenían posibilidades de construir sus casas. Por eso pelearon para que se implemente algún tipo de plan”, recuerda Antonia. Eso mismo lo consiguieron trabajando con los gobiernos municipales y provinciales. En poco tiempo se incorporaron los trabajos del PROMEBA para la apertura de calles,  que llevó a que las casas que originalmente estaban más cercanas a la ruta sean reconstruidas en el territorio agregado para poder hacer los trabajos de infraestructura en todo el barrio. El PROMEBA realizó los censos para planificar la construcción de las nuevas casas y decidir como las antiguas iban a ser modificadas para permitir el asfalto de calles.
         “Acá, cuando se empezó a hacer el plan de viviendas, volvió mucha gente que ya no vivía más en el barrio, pero venían a pelear por la casa. Se quejaban que les correspondía una casa, pero ya no tenían derecho”, comenta Antonia. Ese fue un gran problema en las negociaciones y planificaciones del nuevo barrio.  También se dio el problema de que algunas familias numerosas necesitaban un lugar más grande, o que parejas se separaban y pedían una casa para cada uno. “La gente en otra época pedía trabajo, acá se empezó a pedir casas”, reflexiona.
         “No saben valorar todo el trabajo, no cualquiera sabe todo el sacrificio que hicieron para pelear por esto que tenemos; Juan desde la cooperativa y la política, Sebastián desde la parte técnica como maestro mayor de obras, junto a todos los de la cooperativa. No fue fácil porque en algunos lugares a Juan lo sacaban del brazo de reuniones por ser de la villa y sin vergüenza él volvía a entrar, y así fue ganándole a todos”, comenta orgullosa Antonia.
         “Para la persona que verdaderamente conoce la historia del barrio sabe que no fue fácil y tampoco que fue no más porque vino Kirchner y se hicieron las casas desde el Estado. No. Hubo mucha lucha acá, mucha organización anterior, y mucho esfuerzo para llegar a lo que es hoy”, analiza.  Los trabajos realizados en el barrio son de gran ejemplo para gente de todo el país. La cooperativa madre recibe a cientos de funcionarios y cooperativas del país para compartir sus logros y servir de modelo para los barrios que buscan urbanizarse. “Es el barrio más hermoso, hasta más que muchos barrios residenciales. La cooperativa es un grupo muy organizado, fue una lucha muy organizada”, asegura.

         Gracias a años de organización y esfuerzo, “hoy podemos disfrutar de todo lo que no teníamos antes”, dice Antonia emocionada, y se vuelve a sentar a tomar mate acompañada de su hermana que hoy la puede visitar sin taparse de barro para llegar. Juntas disfrutan de la calurosa tarde en el comedor con el ventilador prendido mientras miran una película en la tele antes de que tenga que volver a trabajar.