Crónica
de la historia y realidad actual de Villa Palito. Un barrio que ha visto una completa
transformación en poco más de una
década. Sus vecinos, que antes no podían acceder a una vivienda ni a servicios como luz y agua
potable, hoy afortunadamente tienen ese acceso, pero ven en riesgo la
permanencia en sus hogares por la imposibilidad de pagar los servicios luego
del aumento de este año. Además, el gobierno provincial anunció que se empezará
a cobrar mensualmente por las obras que se han realizado en las gestiones
anteriores. Algunos ya empezaron a considerar vender sus casas.
POR NATALIA HERRERA
Un nuevo barrio desde viejos ojos
Como
todas las mañanas, Antonia baja de su pieza, pone la pava y lee el diario
mientras espera que esté listo el mate. Desayuna junto a su esposo en el
comedor hasta la hora de trabajar. Su rutina no varia mucho según el clima,
cuando hacer calor prende el aire acondicionado o el ventilador, cuando llueve
se queda en casa trabajando. Pero los días de su familia no siempre fueron
así aunque vivieron más de 4 décadas en
el mismo lugar, Villa Palito. Son unos de los vecinos que más años llevan en el
barrio y hoy disfrutan de un día que muchos considerarían normal gracias a los cambios
que se dieron.
“Nosotros nos mudamos en el año 71”,
cuenta Antonia, pocos años después de la formación del barrio durante la
presidencia de Frondizi. Una época en la que todavía no habían muchas casas
construidas. En principio, había unas pequeñas casitas cuadradas con techos redondos, todas iguales,
parte de un plan de viviendas que nunca se llegó a realizar. La gente se empezó
a mudar ahí y construir sus humildes casas de chapas y ladrillos. Primero
estaban las casas de lo que era Barrio Almafuerte, pero con esa construcción a
los alrededores, quedó todo incorporado en un mismo lugar bajo el nombre de
Villa Palito
Los primeros vecinos venían mayormente del interior;
chaqueños, correntinos, salteños, etc. Venían de otras provincias del país y
conocían el lugar a través de algún pariente o conocido en Buenos Aires. “Mi
mama venia por acá a vender sus productos, la traía un primo mío. Fue por medio
de ella que yo conocí este barrio”, recuerda Antonia quien antes vivía en Villa
Martelli. Vicente López. “Cuando vinimos, fuimos a vivir en el fondo del
barrio. No teníamos luz. Pasamos muchas cosas, no teníamos agua y teníamos que
ir a buscar todos los días a la fábrica de motores o a la planta de gas. Sufría
mucho la gente que vivía acá antes”.
Sobrevivir sin lo
necesario.
La
construcción que carecía de control gubernamental significó que los vecinos vivieran una
situación en la que no tenían acceso a servicios básicos esenciales, una
experiencia que muchas personas nunca conocimos en nuestras vidas.
Hoy, es difícil imaginar un día sin
cargar el teléfono, vivir sin heladera, o no poder mirar la televisión cuando
uno llega de trabajar, pero era así la vida en Palito por la falta de luz. Los hogares del sector más alejado a Camino de
Cintura usaban linternas o lámparas
pequeñas para iluminar tanto adentro de sus casas como afuera. La electricidad
llegó formalmente recién en los años 90. “Antes no se tenia luz si uno no se
colgaba, mucha gente murió por querer enganchar los cables a los postes de luz que
estaban sobre la ruta”, relata Antonia con un aire de tristeza. “Tenían que
comprar metros de cables caros y llevarlos hasta la ruta para conectarse. El
cielo era una telaraña. Después cambió todo eso.” La instalación no fue rápida, fue recién en
el 88 que se colocó el primer transformador de Alta Tensión cerca de Camino de
Cintura, y se hizo la instalación de energía eléctrica, pero perduraron las
conexiones clandestinas hasta que llegó hasta cada una de las casas. Hoy todas
las casas tienen energía y abonan sus servicios.
Aunque el barrio cuenta con desagües y cañerías que
permiten que llegue el agua potable a cada casa, ni una gota de agua llegaba
directamente a los hogares las primeras
décadas del barrio. Con el tiempo se instaló un tanque de agua comunitario al
cual se conectaban canillas que salían a las veredas, no a las casas. Era de
allí que la gente sacaba su agua para cocinar, limpiar, y bañarse. Los vecinos,
entre ellos la familia de Antonia, formaron una cooperativa del agua que pasaba
a cobrar a las casas una pequeña cuota. El tanque de agua estaba al costado de
la vieja escuela, detrás en un pasillo. “Antes de eso, la gente caminaba
cuadras con sus baldes hasta la MAN (una fabrica de motores), y de ahí
sacábamos el agua”, cuenta Gladys, hija mayor de la familia.
Además del problema de la obtención del agua,
existía también el de los desagües y cloacas, inexistentes por muchos años. Por
un largo tiempo, cada casa tenía su pozo, o los residuos y agua sucia salían
directo a las zanjas. Lo que quedaba de la antigua casa de Antonia hasta hace 2
años no tenia la instalación de cloacas que tiene hoy. Es difícil imaginar hoy
el barrio con zanjas llenas de agua negra, estas desaparecieron con los
trabajos de cañerías y apertura de calles realizados por el Programa de
Mejoramiento de Barrios (PROMEBA). En espacial, por la ampliación de Camino de
Cintura donde una de las zanjas principales separaba al barrio de la ruta. Cuando
llovía, el agua no tenia escapatoria y los vecinos tenían que transitar el
barrio con barro hasta las rodillas.
A
principios del 2000 entraron los camiones de Telefónica y la gente pudo tener
teléfono en sus casas por primera vez. Después de unos años volvió a dejar de
entrar porque la gente que había solicitado el servicio no pagaba. Fueron menos
de la mitad las personas que pagaron sus cuentas. Toda la gente que sí pago,
son los que mantienen hasta hoy el teléfono. Lo mismo sucedió con las empresas
de cable un par de años después.
La
falta de servicios no era solamente por la ausencia de regularización estatal
que no permitía brindar los recursos necesarios a los vecinos, sino también por
la discriminación hacia la gente de “la villa”. Además de eso, para muchas de
las casas era casi imposible que llegaran estos servicios, porque todo el
barrio estaba construido con poco espacio entre casas, lleno de pequeños
pasillos entre manzanas que encerraban cada vez más los hogares.
El crecimiento y la
lucha por avanzar
El límite
del barrio estaba marcado por un lado por el paredón de la fábrica jabonera en
el predio de la antigua fábrica de motores, a 4 cuadras de Camino de Cintura. En el otro lado,
por un alambrado de Gas del Estado que impida la entrada al pequeño bosque. Ese
predio dejó de pertenecer a la empresa de gas cuando el Estado lo designó al
territorio del barrio con el Plan Arraigo, pero el “bosquecito” siguió en las
mismas condiciones. A pesar de eso, no impidió que familias tomaran como asentamiento el lugar. La misma
gente del barrio tomaba la tierra; algunos se instalaban allí y otros vendían terrenos
a gente de afuera y rápidamente hicieron sus casas. “Hay un montón de personas
que fueron y vendieron todas sus tierras para poder pagar y venir a vivir acá.”,
cuenta Antonia sobre sus vecinos. El problema fue que esas tierras eran parte
de un plan que otros vecinos estaban pagando para obtener los terrenos de forma
legal. “La comisión del Plan Arraigo era engañosa, porque no había plata en el país.
La gente depositó la plata en el banco, pero sus casas y terrenos nunca
llegaron”.
Durante
las presidencias de Menem se empezó a formar la cooperativa barrial y la gente
empezó a trabajar con la comisión. “Kirchner asume en el 2003, ahí fue que vino
y tomo fuerza completa la cooperativa”, recuerda Antonia. Una de las primeras edificaciones fue la del
colegio, en las tierras que habían sido incorporadas al barrio. Después, poco a
poco, se construyeron las casas en el mismo lugar. “Hubo mucha lucha para que
se haga el barrio, Juan (Enríquez) y un grupo de gente que trabajaba con la
cooperativa pidieron para que se hagan casas, porque solo iban a darle a la
gente las tierras sin un plan de viviendas”. Pidieron que se dieran 100 casas a
la gente en forma de plan de trabajo, pero el pedido fue rechazado en un
principio. “Acá hay albañiles, hay plomeros, hay pintores, hay de todo para
hacer las casas, y la intención era también que ellos pudieran trabajar cuando
se formó la cooperativa.” Cuando hicieron en menos de seis meses esas casas,
fue bien visto y ganaron un respeto al demostrar que era un proyecto que se podía
hacer. Eso logró que se pudiera continuar en el resto del barrio.
Lucharon
más de 5 años para que se haga este trabajo tanto en materia de trabajo como la
insistencia de reunirse entre vecinos y representantes de los respectivos
gobiernos. Iban y venían a La Plata con un grupo para luchar y cuestionar lo
que se estaba logrando. Lo primero que lograron fue ingresar a la municipalidad 8 planos hechos por Sebastián
Galeano. Lo único que modificaron del plano elaborado por el maestro mayor de
obras fue la apertura de la calle principal porque para eso se necesitaba demoler
parte del tinglado de la capilla, y para el barrio “la capilla es intocable.”
“La lucha
mayor fue por los planes de vivienda, porque se planteo que por más que se den
las tierras para hacer las casas, la gente era muy pobre y no tenían posibilidades
de construir sus casas. Por eso pelearon para que se implemente algún tipo de
plan”, recuerda Antonia. Eso mismo lo consiguieron trabajando con los gobiernos
municipales y provinciales. En poco tiempo se incorporaron los trabajos del
PROMEBA para la apertura de calles, que
llevó a que las casas que originalmente estaban más cercanas a la ruta sean
reconstruidas en el territorio agregado para poder hacer los trabajos de
infraestructura en todo el barrio. El PROMEBA realizó los censos para
planificar la construcción de las nuevas casas y decidir como las antiguas iban
a ser modificadas para permitir el asfalto de calles.
“Acá,
cuando se empezó a hacer el plan de viviendas, volvió mucha gente que ya no vivía
más en el barrio, pero venían a pelear por la casa. Se quejaban que les
correspondía una casa, pero ya no tenían derecho”, comenta Antonia. Ese fue un
gran problema en las negociaciones y planificaciones del nuevo barrio. También se dio el problema de que algunas
familias numerosas necesitaban un lugar más grande, o que parejas se separaban
y pedían una casa para cada uno. “La gente en otra época pedía trabajo, acá se
empezó a pedir casas”, reflexiona.
“No
saben valorar todo el trabajo, no cualquiera sabe todo el sacrificio que
hicieron para pelear por esto que tenemos; Juan desde la cooperativa y la
política, Sebastián desde la parte técnica como maestro mayor de obras, junto a
todos los de la cooperativa. No fue fácil porque en algunos lugares a Juan lo
sacaban del brazo de reuniones por ser de la villa y sin vergüenza él volvía a
entrar, y así fue ganándole a todos”, comenta orgullosa Antonia.
“Para la
persona que verdaderamente conoce la historia del barrio sabe que no fue fácil
y tampoco que fue no más porque vino Kirchner y se hicieron las casas desde el
Estado. No. Hubo mucha lucha acá, mucha organización anterior, y mucho esfuerzo
para llegar a lo que es hoy”, analiza.
Los trabajos realizados en el barrio son de gran ejemplo para gente de
todo el país. La cooperativa madre recibe a cientos de funcionarios y
cooperativas del país para compartir sus logros y servir de modelo para los
barrios que buscan urbanizarse. “Es el barrio más hermoso, hasta más que muchos
barrios residenciales. La cooperativa es un grupo muy organizado, fue una lucha
muy organizada”, asegura.
Gracias
a años de organización y esfuerzo, “hoy podemos disfrutar de todo lo que no
teníamos antes”, dice Antonia emocionada, y se vuelve a sentar a tomar mate
acompañada de su hermana que hoy la puede visitar sin taparse de barro para
llegar. Juntas disfrutan de la calurosa tarde en el comedor con el ventilador
prendido mientras miran una película en la tele antes de que tenga que volver a
trabajar.