Cuando te vas lejos pero no tanto, no es sufrimiento lo que tenés. Es una mezcla: la melancolía que llega con el viento y la tristeza de no pisar tu cordón. El tiempo, amigo del desarraigo, hace las veces de monito comodín y lastima en situaciones finamente seleccionadas. Acostumbrate a largar lo de adentro, porque siempre vas a ser ese, no hay modernidad que pueda con tu corazón.
Por Lucas
Jiménez
El día del
muchacho arranca tan cotidiano que congela sentimientos, tan rutinario que
automatiza movimientos. Por ese sendero delimitadamente cercado transitan los
minutos, que se acumulan hasta formar horas, que a su vez se juntan en una
esquina hasta formar un atardecer, ambos verán triplicar la gente arriba de los
bondis, harán inventario de auriculares salvadores entornando oídos y serán
testigos de todo lo visible así como cómplices, sin saberlo, de lo invisible.
El muchacho es
testigo y cómplice, a veces (como ahora) declara y otras calla, mitad por
cansancio y mitad por evitar situaciones forzadas. Hace algunos meses cambió su
vida, su estadía, ganó tiempo, perdió calidez, duerme más, disfruta menos, sus
piernas están más descansadas, su cabeza está agotada. En el partido de su
cabeza hay algo que le revienta el travesaño y hace revolcar a su arquero: el
desarraigo.
Entonces
aprovecha los viajes, que ahora son más cortos, para descifrar miradas que
denoten que esa persona está ahí, pero no es de ahí, no es de ese subte, de ese
colectivo o tren, no es de ese barrio, provincia o país. Este último casillero
del desarraigo es el favorito del muchacho que ahora deja pasar 1, 2, 3 bondis
para viajar más cómodo y antes volvía a su casa en modo pogo de Ji Ji Ji
empujando y corriendo para ganar minutos.
La noche
anterior a esta tarde, el muchacho aprovechó el insomnio para escribir en su
cabeza un lema a implementar al día siguiente: “Angustiarse menos, emocionarse
más”. Como si las emociones fueran un colectivo de la línea 37 y pasaran cada 5
minutos por nuestra cuadra o como si fueran algo que se pide para acompañar el
café con leche.
Quizás lo tinado
sería que el cometido fuera: “prestarle atención a las cosas que te emocionan y
emocionarse cuando suceden”. Al muchacho lo emociona cuando se exterioriza el
desarraigo y más cuando está a muchos kilómetros de distancia. Recuerda un
fragmento del libro que más lo marcó en su vida, “Cristo con un ´fusil al
hombro”, del periodista polaco Ryszard Kapuscinski:
“El fedayín que
está sentado junto a nosotros se ha presentado del siguiente modo:
-Ahmad Shury de
Bet Shemesh, a veinticinco kilómetros de Jerusalén.
Ahmed tiene
diecinueve años, nació en un campo del Líbano y nunca ha pisado Bet Shemesh.
Pero se presenta de esta manera, porque así se lo ha enseñado su padre. Ahmed
lo sabe todo de Bet Shemesh. (…) Sólo la unión del nombre de la persona con el
de su tierra constituye una presentación plena y digna.”
Mientras piensa
en el sentido de pertenencia de los palestinos despojados de sus tierras, deja
subir a una señora mayor al 126, él lo hace después, baja la mochila a la
altura de las rodillas y busca huecos en el colectivo, que a esa altura de la
tarde no escasean.
Jugar a ser
Iniesta en un bondi es uno de los juegos que más lo divierten desde que los
distintos trabajos lo llevaron a recorrer todo el conurbano bonaerense y la
Capital Federal. El juego consiste en adivinar las caras de los que están
próximos a bajar. Como en el fútbol este juego requiere de espacios para llevar
bien a cabo la idea táctica. Pero a las 6 y media de la tarde los espacios
escasean como en un partido contra Olimpo en el Carminatti con el local ganando
1 a 0.
Sin embargo
agarra la lanza (o la mochila) y va, pasa a 1, 2, esquiva un codazo de uno que
justo se le dio por rascarse la espalda, sube 2 escalones y encuentra un hueco
minúsculo entre 2 señoras. Una tiene 2 bolsones grandes cargados con frutas y
verduras, que acomoda con los tobillos mientras lee el último libro de Víctor
Hugo Morales. A la otra, quizás menos habituada a viajar en colectivo en estos
horarios, se la nota molesta, empuja, se mueve, no encuentra su posición en la
cancha ante la marca pegajosa.
El muchacho
observa todo, no le da la energía para ponerse a leer el libro que tiene en su mochila y a su celular no le queda
batería para darle música. El que sí tiene carga en su celu es un pibe que está
justo frente a él y revisa varias páginas de Facebook, la mayoría con un tema
en común: el partido de Eliminatorias que jugarán en unas horas Chile y Perú.
Por la cantidad
de fotos de Paolo Guerrero que Me Gustea, el muchacho intuye que el pibe es peruano. En cada click
abraza a su abuelo que está en Lima, juega con sus primos de Cuzco a los que no
conoce más que por fotos y sueña con que ese 126 no termine en el Cementerio de
Villegas sino en la vieja casa de su padre en Villa El Salvador, donde termina
el Metro de Lima.
El pibe
enloquece de tanto soñar, imagina un festejo con sus compañeritos de escuela al
otro día por un triunfo de su selección y no las cargadas que sufre a diario en
el primario al que asiste en San Telmo. Cada tanto sonríe solo, escribe
puteadas a Arturo Vidal en un foro y sentencia “Vamos Perú, a estos putos les
tenemos que ganar”.
El muchacho que
está próximo a bajar, tiene ganas de decirle alguna frase futbolera al pibe que
contenga los jugadores Farfán, Galliquio y Flavio Maestri, pero no se anima y
desciende del colectivo en pleno barrio de Boedo.
Antes de
ingresar al departamento pasa por el supermercado asiático de la esquina donde
va siempre cabeza gacha y entra y sale en tiempo récord. Pero hoy no, hoy está
sensibilizado, más de la común, escucha música japonesa sonar de un parlante
pequeño, alguien atiende comiendo comida enlatada, no logra ver que hay adentro
pero sí que las letras de la lata están escritas en letras chinas, japonesas, o
vaya a saber de dónde.
El oriental que
atiende casi ni mira, ni escucha al cliente, su vista está mitad en la lata y
mitad en el celular en el que está viendo un video, su oído es todo de la
música de su país. El que hoy oficia de cajero tendrá unos 40 años, tiene una
hermana que tendrá la mitad, cuando cambia la persona que está cobrando cambia
la música. La hermana con vergüenza como quien sabe que está cometiendo una
deshonra para la familia pone Ricky Martin o Enrique Iglesias cada vez que se
queda sola, no se anima a demostrarle a sus parientes que a ella el desarraigo
no le sienta tan mal.
Hay cambios
externos que cambian a algunas personas, las mejoran y hay otros que las
mejoran por fuera y las entristecen por dentro o las empeoran en todas sus
facetas. Hoy el muchacho tardó más en agarrar su bidón de agua, pagar e irse.
Sin embargo ahora ya cruza la calle y se dispone a entrar al edificio.
Ya no tiene que
recorrer más un pasillo largo para llegar a su casa, ahora toca un botón,
aparece un ascensor y en segundos ya está dentro de su hogar. Entonces ingresa
con la cabeza en cualquier lado, movilizado por lo visto, sin poder explicarlo
en palabras. Pone música y el aleatorio en este caso le tira un centro a la
cabeza, “avanzar difícil de tiempos modernos, siempre el mismo fuego nos trae
el calor, mostrando ilusiones dormimos mejor,juego mi cabeza, me voy caminando
hacia el barrio del sur”, cada frase de “Apago la luz” de La Covacha que suena
le genera un collage de imágenes, un sin fin de emociones.
Como si fuera un
sueño cierra los ojos, piensa para atrás en el camino recorrido, se emociona y
llora, llora como hace tiempo no lo hacía. Cada lágrima que cae es un gramo de
desarraigo que se acumulaba en la panza, en el pecho o donde encuentre lugar.
Piensa qué es
esa palabra que ahora lo hace llorar y deja de hablar en tercera persona:
“El desarraigo
es una forma de vida que llevas cuando te vas de tu sitio de origen, es una
manera de vestirse, es como caminas, los adjetivos que utilizas para demostrar
alegrías, las puteadas que más usas en momentos de bronca, es el chiste que te
hace reír, es aquel que no entendés, es una remera de tu club, un tatuaje, una
renguera y una zapatilla apenas atada, es un Me Gusta a una foto de Paolo
Guerrero, un arroz enlatado en el horario de la merienda, una música
desconocida para el de al lado que te moviliza solo a vos, es una lágrima que
cae, otra que no cae y se oxida por dentro, es una mirada perdida en el medio
del caos y es todo aquello que sos cuando descansas en un
lado mientras en el barrio vive“la nostalgia del que fui y ya no seré”.
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